LUIS VICENTE LEÓN
La crisis es eso que la población
vive a diario cuando tiene que
patear muchos supermercados,
abastos, bodegas, mercales,
pdvales, chinos y buhoneros para
medio completar su lista de
compras para el hogar.
Es lo que siente una ama de casa
cuando tiene que saltimbanquear
la ciudad, llamar y pinear a sus
familiares, amigos y jalarle
mecate al encargado de la tienda
de atrás para que la llame en
cualquier momento, del día o de
la noche, desesperada por
conseguir la leche completa o
descremada, qué más da.
Es el sentimiento del hombre al
que le chocaron su carro de
trabajo y lo tiene varado en un
taller desde hace un mes porque
no se consigue el repuesto y las
páginas de Internet por las que
antes se podía pedir el repuesto
importado están cerradas, diga
usted por qué.
Es también la frustración de vivir
pendientes de dónde hay una cola
para meterse en ella primero y
enterarse después. ¿Qué llegó?
¿La harina, el azúcar o el papel
tualé?
Crisis es saber que tu salario
pierde valor cada semana y
sentirlo en carne propia cuando
pasas tu compra de bienes
esenciales por la banda
transportadora del mercado y ves
la cuenta en la caja registradora y
te horrorizas y volteas a ver si es
que se coló por error media
compra de la catira buenísima
que viene atrás, y a la que tú,
hecho el musiú, habías volteado a
ver varias veces en la cola para
pagar.
Después de todo, qué más podías
hacer si esa cola, que antes
duraba no más de 5 minutos,
ahora puede ser de una hora o
más.
Crisis es llegar de emergencia a
una clínica (porque a un hospital
ni siquiera vale la pena hablar) y
encontrarla a reventar, sin
cubículos para atenderte, sin
reactivos para la prueba que te
tienen que dar, con el tomógrafo
dañado hace meses porque el
proveedor de repuestos no tiene
dólares para importar.
Sin cuartos disponibles hasta el
día tres, con el ascensor al revés y
con déficit de doctores, porque la
mayoría… para Miami se fue.
Crisis es que necesites trabajar en
Porlamar y tengas que buscar un
pasaje de avión.
Si lo consigues es genial porque el precio es más barato que un whisky del que te
regalaba antes una aeromoza
buenamoza vestidita de Margarita
Zingg; el detalle es que ya no hay,
ni pasajes ni escocés y de chiripa
la aeromoza con trajecito roído,
puesto al revés.
Que después de hacer
malabarismos, cuando finalmente
lo consigues, bajas al aeropuerto
seguro de que la hora que en el
pasaje está, es meramente
referencial.
Después de todo, en la Venezuela
de hoy ¿qué diferencia puede
haber entre las tres de la tarde y
las tres de la mañana? Y ni hablar
cuando finalmente entras al avión
y notas que el aspecto parece
indicar que fue utilizado en la
Segunda Guerra Mundial.
Pero el problema se amplifica si
el viaje es más allá, para Miami,
Madrid o Bogotá.
Debiéndole el gobierno millones
de dólares a American Airlines, a
Iberia, a Avianca y a TAP, uno
entiende perfectamente que el
hecho de que todavía te vendan
un pasaje en bolívares es un
tributo al riesgo empresarial.
¿Y todavía quieres más? ¿Quieres
hablar de conseguir un
medicamento de ultramar? ¿O te
quieres poner superficial y
hablamos de conseguir un BB o
un Iphone cuando el gobierno les
debe hasta las metras a las
operadoras y más?
¿O prefieres que discutamos
sobre la posibilidad de conseguir
un carro de cualquier tipo,
modelo, año o color, después que
el gobierno decidió, para resolver
el problema automotriz, regular
los precios de los bienes que no
hay?
Pues bien, si quieres definir la
palabra crisis, voltéate en
cualquier carretera, autopista,
puente, túnel, puerto, parque
industrial, cárcel, escuelita o la
Universidad Central y entonces
piensa en lo que eran… y
entenderás perfectamente la crisis
que hay. | EUD
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