jueves, 2 de enero de 2014
venezuela en duda
2013 llega a su fin, entre dudas y frustraciones. La oposición habría
ganado algunos espacios, dicen los más optimistas; mientras que otros
menos animados consideran que el fraude y una aplanadora cargada
de violencia impidieron avances y que los resultados impuestos por el
ente oficialista reflejan una derrota que traspasa lo electoral. Entre
comunistas, militaristas y beneficiarios, el oficialismo no está menos
confundido. Triunfos pírricos en medio del camino incierto de un
nefasto proyecto que anuncia su fin.
La oposición y el oficialismo ganaron y perdieron, es cierto; pero la
democracia como sistema y espacio de vida no gano nada, más bien
perdió y mucho, si no todo, según un balance que no se puede
circunscribir a lo electoral, punta de la estrategia de legitimación
constante de un régimen que destruye las reglas democráticas con su
proceder para establecerse para siempre. Los derechos de los
venezolanos, sus libertades, fueron disminuidos ante pocas reacciones,
muchas veces no combativas, otras complacientes.
El 2014 será un año más difícil aún y no por una simple postura
pesimista, mucho menos por radical, etiqueta que los
cubanomaduristas pretenden asignar a todo aquel que critica el
“acercamiento” en forma de guillotina que propone el régimen, sino
porque ello responde a la realidad que se refleja en las malas
intenciones de los que hoy mandan.
En lo económico, según los economistas serios del país, de no haber
profundas rectificaciones el país se hundirá en una crisis sin
precedentes. Se anuncia la estocada final a la producción nacional
para sustituirla por una política de importaciones que persistirá
mientras las reservas aguanten, en medio de un endeudamiento
externo que destruye la soberanía y la independencia del país; una
inflación que anulará los ingresos de todos; desinversiones nacionales
e internacionales que huyen ante el acoso, la ocupación de empresas y
las imposiciones totalitarias muchas veces caprichosas, siempre
basadas en el odio y el ánimo de venganza; y, entre otras la quiebra de
las empresas del Estado, PDVSA al frente.
En lo social, evidentemente, de no introducirse los correctivos que
exige la lógica de las cosas, las consecuencias del desastre económico
estarán a la vista. Mayor empobrecimiento, aunque se maquillen las
cifras; inseguridad indiscriminada; crisis en los sectores de la vivienda,
de la educación y de la salud que se escapa del manejo y de las
posibilidades del régimen.
La muerte del sindicalismo democrático e independiente y la intención
de acabar con el sector empresarial productivo y no parasitario,
darían paso a la dominación de las fuerzas sociales por un ejecutivo
cívico-militar dinosaurio, reposición del fracasado modelo comunista.
Protestas, huelgas, reivindicaciones, reclamos mostraran el sentir del
venezolano en la calle, ahogado por la crisis provocada por un grupo
de irresponsables.
En lo político, el régimen ha propuesto un dialogo limitado, con una
agenda impuesta, en medio de amenazas directas e indirectas. Pocos
esperan resultados positivos de esa aplanadora, aunque consideren que
es un “gesto” del régimen que se encuentra ahogado y que podría traer
beneficios en los espacios a proteger.
Se habla de dialogo y de respeto, pero ni lo uno ni lo otro. Un dialogo
sin agenda negociada y desprovisto de intereses mutuos es
simplemente imposible; mas aun si persisten las sistemáticas
violaciones de derechos humanos, las restricciones a la propiedad, el
ataque a los medios y el apartheid político, parte del plan de la patria
que pretenden imponernos.
Las declaraciones al unísono, como lo ordena la estricta cartilla
cubana, de Maduro, de sus portavoces Farías, Arreaza, Cabello,
Ameliach y de cuanto servil funcionario en cumplimiento de sus
instrucciones, en contra de los alcaldes y de la dirigencia democrática,
reducen cualquier posibilidad de un diálogo serio y constructivo. Un
simple encuentro sin considerar los presos políticos, los Simonovis
que somos todos, podría significar rendición y sumisión. Democracia y
dictadura son conceptos excluyentes, aunque tienen un elemento en
común: no son negociables y de allí la mayor dificultad para
establecer algún dialogo.
El país se acaba y desaparece. Es responsabilidad de todos salir
adelante, pero más de quienes mandan hoy cumpliendo erróneamente
los mandatos de un decadente régimen extranjero que se rinde ante su
fracaso y que espera, junto al desplome bolivariano, su momento para
abandonar el barco de la infelicidad.
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